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MUERTE




 DE UN PÁJARO  LA CASA MATERNA







         Hay,  desde  la  entrada,  un
 Él estaba pálido y sus manos temblaban. Sí, él estaba con  dura llegarían hasta él riendo risas francas y, con brazos   sentimiento  de  tiempo  en
 miedo porque era todo tan inesperado. Quiso hablar, y  afables, irían todos a beber manzanilla en una tasca cual-  la casa materna. Las rejas
 sus  labios  fríos  mal  pudieron  articular  las  palabras  de  quiera y cantarían canciones de cante-hondo hasta que   del portón tienen una bella
 pasmo que le causaba la vista de todos aquellos hombres  la noche viese resguardar sus cuerpos borrachos en su   herrumbre  y  el  picaporte
 preparados para matarlo. Había estrellas infantiles para  negra, maternal mantilla.  se oculta en un lugar que
 balbucear preces matutinas en el cielo delicuescente. Su   sólo la mano filial conoce.
 mirar se elevó hasta ellas y él, menos que nunca, com-  Las  órdenes,  entretanto,  fueron  rápidas.  El  grupo  fue   El  jardín  pequeño  parece
 prendió la razón de ser de todo aquello. Él era un pájaro,  llevado, a culatazos y empujones, hasta la zanja común   más  verde  y  húmedo  que
 nacido para cantar. Aquella madrugada que centelleaba  abierta, y los nudosos cuellos pendieron en el desaliento   los demás, con sus palmas,
 para presenciar su muerte, ¿no había sido ella siempre  final. Labios se partieron en adioses, murmurando ave-  con  sus  tinhoroes  y  hele-
 su  gran  amiga?  ¿No  permanecía  ella  tantas  veces  para  marías y consuelos. Sólo su cabeza se movía para todos   chos, que la mano filial, fiel
 escuchar sus canciones de silencio? ¿Por qué lo habían  los  lados,  en  un  movimiento  de  búsqueda  y  negación,   a un gesto de infancia, des-
 arrancado de su sueño poblado de aves blancas y hecho  como el del pájaro frágil en la mano del trampero cruel.   hoja a lo largo del tallo.
 andar en medio de otros hombres de barba ruda y ojear  La sangre le cantaba en los oídos, la sangre que fuera la
 oscuro?  savia más viva de su poesía, la sangre que tenía vista y   Es  siempre  quieta  la  casa
 que no quisiera ver, la sangre de su España loca y lúcida,   materna, asimismo los do-
 Pensó en huir, en correr temerariamente hacia la aurora,  la sangre de las pasiones desencadenadas, la sangre de   mingos, cuando las manos
 en batir alas inexistentes hasta volar. Escaparía así de la  Ignacio Sánchez Mejías, la sangre de bodas de sangre, la   filiales  se  posan  sobre  la
 fría saña de aquellos cazadores malos que lo confundían  sangre de los hombres que mueren para que nazca un   mesa  abundante  del  al-
 con un milano, él cuya única misión era cantar la belleza  mundo  sin  violencia.  Por  un  segundo  le  pasó  la  visión   muerzo,  repitiendo  una
 de las cosas naturales y el amor de los hombres; él, un  de sus amigos distantes, Alberti, Neruda, Manolo Ortiz,   antigua  imagen.  Hay  un
 pájaro inocente, en cuya voz había ritmos de danza.  Bergamín, Delia, María Rosa —y mi propia visión, la de   tradicional silencio en sus
 un poeta brasileño que había sido como un hermano suyo   salas y un dolorido reposo
 Mas  permaneció  en  su  atonía,  sin  creer  bien  que  todo  y que de él iría a recibir el legado de todos esos amigos   en sus poltronas. El suelo
 aquello estuviese aconteciendo. Era, por cierto, un malen-  ejemplares, y que con él había pasado noches para tocar   encerado, sobre el cual to-
 tendido. Dentro de poco llegaría la orden para soltarlo y  guitarra, para intercambiarse canciones pungentes.  davía  se  desliza  el  fantas-
 aquellos mismos hombres que lo miraban con ruin cata-  ma de la cachorrita negra,
 Sí, tuvo miedo. ¿Y quién, en su lu-  guarda  las  mismas  man-
 gar, no lo tendría? Él no nació para   chas  y  el  mismo  tarugo
 morir así, para morir antes de su   suelto de otras primaveras. Las cosas viven como en pre-  la memoria. Abajo hay siempre cosas fabulosas en el re-
 propia muerte. Nació para la vida   ces en los mismos lugares donde las situaran las manos  frigerador y en el armario de copa: roquefort aplastado,
 y sus dádivas más ardientes, en un   maternas cuando eran mozas y lisas. Rostros hermanos  huevos  frescos,  mangos-espadas,  untuosas  compotas,
 mundo de poesía y música, confi-  se miran en los portarretratos, para amarse y compren-  bollos de chocolate, bizcochos de araruta —pues no hay
 gurado en la faz de la mujer, en la   derse mudamente. El piano cerrado, con una larga tira  lugar más propicio de la casa materna para una buena
 faz del amigo y en la faz del pue-  de franela sobre las teclas, repite aún pasados valses, de  comida nocturna. Y porque una casa vieja tiene siempre
 blo.  Si  hubiese  tenido  tiempo  de   cuando las manos maternas necesitaban soñar.  una cucaracha que aparece y es muerta con una repug-
 correr  por  la  campiña,  su  cuerpo                        nancia que viene de lejos. Encima permanecen los guar-
 de  poeta-pájaro  lo  habría  cierta-  La casa materna es un espejo de otras, en pequeñas co-  dados antiguos, los libros que recuerdan la infancia, el
 mente  liberado  de  las  contingen-  sas que el mirar filial admiraba en el tiempo en que todo  pequeño oratorio frente al cual —ninguno que no sea la
 cias físicas y alzado vuelo hacia los   era bello; la licorera poco abundante, la bandeja triste,  figura materna sabe por qué— se quema a veces una vela
 espacios de adelante, pues tal era   el absurdo bibelo. Y tiene un corredor para la escucha,  votiva. Y la cama donde la figura paterna reposaba de su
 su ansia de vivir para poder cantar,   de cuyo techo por la noche pende una luz muerta, con  agitación diurna. Hoy, vacía.
 cada vez más lejos y cada vez me-  negras aberturas para cuartos llenos de sombras. En el
 jor, el amor, el gran amor que era   estante junto a la escalera hay un Tesoro de la Juventud  La imagen paterna persiste en el interior de la casa ma-
 en el sentimiento de permanencia   con el dorso pulido por el tacto y por el tiempo. Fue allí  terna. Su violón duerme arrimado junto a la vitrola. Su
 y sensación de eternidad.  que el mirar filial primero vio la forma gráfica de algo  cuerpo como que se distingue aún en la vieja poltrona
         que pasaría a ser para él la forma suprema de la belleza:  de la sala y como que se puede oír todavía el blando ron-
 Mas fueron apenas otros pájaros,   el verso.                 quido de su siesta dominical. Ausente para siempre de la
 sus  hermanos,  que  volaron  asus-                          casa materna, la figura paterna parece sumergida dulce-
 tados dentro de la luz de antes de   En la escalera hay el peldaño que cruje y anuncia a los  mente en la eternidad, mientras las manos maternas se
 amanecer, cuando los tiros del pe-  oídos maternos la presencia de los pasos filiales. Pues la  hacen más lentas y las manos filiales más unidas en torno
 lotón  de  la  muerte  sonaron  en  el   casa materna se divide en dos mundos: el térreo, donde  a la gran mesa, donde ya ahora vibran también voces in-
 silencio de la madrugada.  se verifica la vida presente, y el de encima, donde vive  fantiles.



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